El otoño sumerge a Galicia en sus tradiciones más ancestrales

Descubrir Galicia es descubrirla todo el año, también en otoño e invierno, a través de sus rutas y caminos, fijando la vista en los caminos cubiertos de hojarasca y levantarla hacia los cruceros que nos asaltan en el camino. Es volver a refugiarnos al calor del fuego y de las tradiciones ancestrales que nos diferencian. Una de las que hemos conseguido recuperar en los últimas décadas ha sido precisamente el Samaín, la festividad de origen celta más importante del periodo pagano en Europa hasta su conversión al cristianismo, que celebramos la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre como celebración Año Nuevo Celta. Su significado en gaélico hace referencia al final del verano, del tiempo de las cosechas, y da paso al invierno, al frío y la época del año más oscura.


Las tradiciones vinculadas con el Samaín tienen leves variantes, según el territorio, pero en todas ellas suelen estar relacionados con el uso de las calabazas, que son vaciadas y decoradas, la celebración de una fiesta, con o sin pedido de limosna o dulces, como en el caso de a Illa de Arousa, y, por supuesto, con el magosto, que prácticamente coincide en el calendario y que, hábilmente, fue asociado con San Martiño, en un intento de cristianizar una vez más, una tradición milenaria de la que se guarda memoria en localidades como Cedeira, donde les llaman melones, Noia, Muxía, las Rías Baixas, donde nos encontraremos con los calacús, Quiroga, Ourense o los bonecas con remolacha en Xermade (Lugo).

De las calabazas a los cruceiros, pasando por los cráneos

Es evidente que las calabazas no siempre fueron la base de esta tradición, ya que esta hortaliza solo pudo utilizarse a partir del siglo XVI, cuando llegó a Europa procedente de América, antes posiblemente se utilizarían otros elementos, posiblemente los cráneos de los enemigos, situados en los muros o en las encrucijadas de los caminos para advertir a los posibles atacantes.

De este uso procedería posiblemente también la tradición de los miliarios, las acumulaciones de piedras en puntos estratégicos de los caminos, que nada tienen que ver con las modas recientemente exportadas de otros puntos del planeta de hacer columnas de piedras, colocadas en equilibrio, una tradición foránea que nada tiene que ver con la gallega y que, desgraciadamente aparece cada vez más frecuentemente en muchos puntos turísticos de toda España, desvirtuando el paisaje y haciendo creer, erroneamente, que estamos frente a una tradición propia de nuestro territorio.


 

De los miliarios, que sí son propiamente gallegos, procede la tradición posterior de los cruceiros de los que en Galicia se cuentan miles; solo en la web de Turismo de Galicia están registrados más de un millar de ellos, especialmente a lo largo del Camino de Santiago.

 

Situados en despoblados lugares o en concurridas poblaciones, representan desde solitarias cruces de piedra a impresionantes trabajos de cantería de hermosa factura. Dicen que el más viejo de todos los cruceiros de Galicia es el de Melide (A Coruña), tallado en el siglo XIV aunque quizá uno de los más fotografiados y conocidos sea el de O Hío, en Cangas, una maravillosa escena realizada en un solo bloque de piedra.

Más allá de su cristianización o del retrato de diferentes escenas de la Biblia, la vinculación con la tradición y la muerte están siempre presentes, igual que en los petos de ánimas, de los que están registrados más de medio millar en las cuatro provincias, algunos de exquisita factura y tradición.

En cualquier caso el viajero y caminante, cuando pasa frente a ellos no puede evitar cumplir una vez más con la tradición, depositando allí una piedra y solicitando un deseo a los espírituos que rondan el lugar.

Solo hay que viajar a Galicia y dejarse transportar por esa magia que se respira en tantas y tantas localidades, de la costa y del interior. Y ahora que estamos en una de las mejores épocas para disfrutar de todo ese misticismo, déjate llevar por las meigas y disfruta de Galicia!